La historia de opresión detrás de un mito

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El estudiante de la Escuela de Cine, Franco Lescano Noriel, investigó la historia de El Familiar. El documental será exhibido en la quinta edición del Festival Internacional de Cine Político en Cannes.

A principios del 1900, un gran perro negro con ojos brillantes, que deambulaba famélico en medio de la selva de Tucumán, comía carne humana. Pero no de cualquiera. “El Familiar”, como se lo empezó a llamar en la zona, siempre elegía cuerpos de zafreros del Ingenio Santa Ana, un emporio que el francés Clodomiro Hileret levantó de la nada y después se convirtió en el más grande de Sudamérica. El mito era que Hileret había firmado un pacto con el diablo: a cambio de obreros como alimento, el empresario tendría prosperidad. Y la provincia, trabajo. “Ubiquémonos en el pensamiento de la época –dice Franco Lescano Noriel–, y pensemos en cómo los poderosos se aprovechaban de la ignorancia de la gente, y de su necesidad para sobrevivir.” Ese es el disparador de Érase una vez en el norte, documental que el realizador exhibe en la quinta edición del Festival Internacional de Cine Político, y la semana próxima presentará en Cannes. “A partir de una creencia que, como toda leyenda, apasiona desde lo sociológico –agrega–, quisimos mostrar cuál fue la verdadera historia de Santa Ana. Y por qué, el mito fogoneado por la empresa escondía la muerte o la desaparición de los zafreros más díscolos, aquellos que se levantaban contra la explotación.” Para el realizador, esta leyenda tiene una particularidad que la distingue.

–¿Cuál?

–Que es un mito íntimamente vinculado con la realidad. Se dice que los mitos tienen una estructura muy parecida al sueño: nunca sabés cuándo un sueño empieza o termina, te ves irrumpiendo en medio de una situación, y de repente, lo temporal se hace borroso, entrás y salís continuamente. “El Familiar” realmente “existió” para la gente de la época, “de verdad” comía trabajadores. La particularidad es que esas muertes ocurrieron, pero por razones bien distintas.

–¿Quién fue Hileret?

–Un francés que se instaló en Tucumán a fines del 1800, y llegó a manejar la industria azucarera más importante del sur del continente. Las condiciones de trabajo de sus obreros eran infrahumanas, directamente mano de obra esclava. A tal punto que los trabajadores que se atrevían a pedir por sus derechos eran asesinados, o condenados a cumplir casi 20 horas diarias en las chimeneas de la planta, hasta que morían o desaparecían misteriosamente.

–Ese era, justamente, el alimento para que el mito fuera creciendo…

–Claro, y la forma de justificar aquellos crímenes. Hileret levantó un verdadero emporio, hacía traer plantas y árboles exóticos de Europa, y diseñó un parque gigantesco que hoy se mantiene y es visitado por estudiantes de botánica de todo el mundo. Cuentan también que era muy amigo de Julio Argentino Roca, y que Roca le aportaba indios para ser explotados en la zafra. Pero además, es interesante el paralelismo que se produjo entre el esplendor empresario, a costa de la sangre de los obreros, y las distintas dictaduras.

–¿Qué es lo interesante?

–El hecho de que ese crecimiento haya sido posible gracias a la dominación, a la fuerza. Con algunas honrosas excepciones, como por ejemplo durante el peronismo de los años cuarenta, momento en que por única vez los zafreros gozaron de derechos y de dignidad. Santa Ana, el pequeño poblado alrededor del cual se moldeó el Ingenio, alcanzó a ser la segunda ciudad de la provincia, después de San Miguel. Y hoy es un pueblo fantasma.

–¿No queda nada de todo eso?

–Prácticamente no. Por otro lado, el lugar también se relaciona con la última dictadura militar. Porque así como las chimeneas de fines del siglo pasado sirvieron para desaparecer gente, después del golpe de Estado de 1976, en esas ruinas se montaron centros clandestinos de detención. –¿Cuándo cerró sus puertas la azucarera, y qué pasó con la gente?

–En 1966, cuando una ley de Juan Carlos Onganía clausuró varios ingenios en el país. La provincia quedó desmantelada, casi el 40% de la población emigró para otros lados, y cientos de trabajadores pasaron a engrosar las villas bonaerenses. La película rescata el mito por respeto a lo popular, saliendo del típico discurso intelectual de querer ironizar sobre fantasías que alguna vez la gente asumió como verdades. Pero también quisimos contar una realidad de explotación y de sangre. Con la consigna de estar del lado del oprimido, y nunca en la vereda del opresor.

Fuente: http://tiempo.infonews.com/nota/152218/la-historia-de-opresion-detras-de-un-mito

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